Por Fernando A. De León CDP-New YorkDesde mi infancia, ella tenía un nombre. Nació con un peso relativamente descomunal con relación a sus congéneres; en la báscula tenía once libras, pese a su corta existencia y con apenas haber recibido en su ristrecillo, el golpeo de la luz de un ambiente desconocido.
Cuando anunciaba que pronto se incorporaría a la sociedad, aunque sea a gatas, tal parecía que venía acompañada, pues su envoltura era grande.Lo que nunca pensé en mí antaño, para luego confirmar en este hogaño, fue precisamente que me arrastraría a Nueva York junto a ella, luego de aflorar de ese esa envoltura especial, llamada vientre materno.
Hoy me despuntó el día pensando en ella, y pensé apartar la fastidiosa y trabajosa manía de escribir sobre la maldita cotidianidad política dominicana, respiré profundamente y me dije a mi mismo que, hasta cierto punto, descuidamos hablar sobre nuestros seres queridos, y no empecinamos en esforzarnos en redactar con visos alentadores o no, sobre actores que con regularidad nos mienten y no irrespetan con sus inconductas públicas.Es por ello que hoy siento la necesidad de virtualmente prosopopeyar sobre mi hija Pamela.
Aunque con el tiempo supe que Pamela no es más con un sombrero de alas anchas que usan ciertas damas en el verano, y que ese nombre se ha multiplicado en nuestra América morena, siempre me gustó ese nombre.Pues bien, Pamela, Pam' para sus amiguitos, nació en Harlem un 29 de septiembre del 1987, y aunque ya cumplió los 20 años, para mí todavía, aún con la mayoría edad continúa siendo una adolescente, porque adolece de muchas cosas, es sentimental y llora por nada. Creo que eso lo heredó a su padre.
Contrario a la teoría machista en dominicana, los hombres también lloran y de que forma.En una reciente etapa de su vida, Pamelita, hija de un periodista y cantante frustrado y de una exbailarina de mil batallas cotidianas, se vió aturdida en el mundo de la marihuana.
Para ese entonces y como consecuencia de ese extravío, tanto ella como su madre que vive junto a su hija, fuera de mis lares neoyorquinos, me tenían tan perturbado y confundido que por poco y pierdo hasta el empleo que de alguna manera la sustenta, en la ardua tarea de convencer a Pamela de que iba por mal camino.
Pero para complicar las cosas, Pamela, que posee una sensibilidad extrema y la capacidad contestataria de su padre, hereda de su madre la guapería y la violencia física de una persona de armas tomar.Pero contrario a su madre, en vez de proferir insultos logré, de algún modo, calmarla. La buscaba en su residencia, la traía a mi cuartucho, conversaba con ella y le decía que entendía el por qué estaba usando marihuana.
En ningún momento la llamé estúpida, es más, llegué a decirle que esa es la cultura de muchos en el ambiente que creció, y que así como ella era recriminada en esos momentos, tanto su madre como yo, en nuestra juventud, antes de conocernos, enfrentamos el problema de una dipsomanía inveterada, es decir, éramos dados a la ingesta de alcohol frecuentemtemente, lo cual constituye una estigma en nuestra sociedad.
Una sicóloga que intervino en el asunto, me comentó más tarde que Pamela estaba reclamando la presencia de su padre en la casa, y que este vacío la hacia comportarse de esa manera.
No sé hasta dónde eso es cierto, pero si debo revelar que a los cinco años de nacida, en Nueva York, por supuesto, mi niña adorada fue testigo de como su madre me votó como un zapato viejo del apartamento.
Esto porque ya estaba en otro mundo, la asistencia social le dio otras perspectivas, y porque, tal parece, Nueva York le quedó grande.
Además, al igual que otras, a su madre le pareció mejor tomar el "camino de la vida loca", y no tener el deber de compartir responsabilidades con el que fuera su esposo, y el que todavía tenía un futuro incierto en este país y por el momento, no aportaba nada.La atomización de los hogares en Estados Unidos, tiende a confundir a los niños, pero debido, a mi paciencia, hoy, Pamelita es otra, continuó su bachillerato, estudia los mecanismos de las computadoras, esta obteniendo aprobaciones que se remontan a A-Plus, nomenclatura aprobatoria desconocida para mí e increíblemente, contrario a su padre, en estos días sacó 95 en Matemáticas.Ya "se quitó", como dice el tigueraje.
Hoy me siento regocijado y orgulloso de aquel repollo que, quizás vino al mundo por accidente, pero que no tiene la culpa de ello, ni pidió haber nacido en estos lares norteños, y a la que hay, según las posibilidades, brindarle toda la solidaridad, sentido apoyo y calor necesario.Ojala continúe llamándome y diciéndome con su tierna vocecita: ¿Adivina qué Pa'?, esto, cuando obtiene notas sobresalientes.