EN UN MUNDO ANDROCENTRICO
Evidentemente, Fray Luis de León no se desmarcaba del sentir masculino de su época cuando dice que «...la Naturaleza no las hizo para el estudio de las ciencias, ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico: así las limitó el entendimiento y, por consiguiente, les tasó las palabras y razones»; o en otro lugar, porque como la mujer sea de su natural flaca y deleznable más que ningún otro animal»-. Santo Tomás estaba absolutamente convencido de la inferioridad femenina, de su «estado de sumisión», e incluso de que «la imagen de Dios se encuentra en el hombre de forma que no se verifica en la mujer; así, el hombre es el principio y el fin de la mujer como Dios es el principio y el fin de toda la Creación» Hugo DE FERRARA llegó a la conclusión de que «la mujer no es miembro perfecto de 1: Iglesia, sino el varón...». Por tanto, no es extraño que se dedujera que «es una corrupción de las malas costumbres el que la mujer ejerza la autoridad», así que ¡se impidió con todo empeño esta perversión social!
La expresión del Derecho Romano de la fragilitas sexus la incapacitó jurídica y cívicamente. Imbecilitas, infirmitas, humilitas, han sido conceptos y expresiones aplicados en exceso y por demasiados siglos al talento de el-- y a sexo femenino, al imbecillior sexus (el sexo más imbecil), que en realidad se la llega a concebir como «algo deficiente y ocasional". En resumen, habrá que entenderla como: miseriabilior persona, ¡la más miserable!, porque, y en algunos documentos se dice sin el menor rubor, quia mayor dignitas est in sexu virili!
Siento una irresistible tentación, y voy a caer en ella, de recordar aquí un ingenioso acróstico del siglo xv sobre la palabra mulier. Es una «perla» más de las muchas que hay, pero ilustrativa, y dice que: la m, es el mal de los males; u, que se asociaba con v, vanidad de vanidades; ¿ lujuria de las lujurias; i, ira de las iras; e: Erinias de las Erinias, es decir, la furia; r, ruina de los reinos . ¡Todo está dicho!
El rosario de frases misóginas a lo largo del tiempo es casi lo de menos; revelan una mentalidad y son un descaro, eso sí. Pero lo más triste era toda la carga de dolor, frustración y de desprecio consciente o inconsciente que todo esto ha provocado. Y lo peor es todo lo que con este arrinconamiento histórico la Humanidad entera ha perdido. No sólo se la ha privado de la aportación y el talante femenino, sino que se ha perpetuado injustamente unas relaciones empobrecidas y empobrecedoras, que dañan seriamente a señores y oprimidas.
La cultura de la inferioridad y de la sumisión femenina atravesó la Historia y las conciencias y afectó a la Humanidad.
A ellas casi se las privó del derecho a la existencia (no hay más que recordar China y otros lugares), se atacó su dignidad y, por supuesto se les negó el derecho a la educación y ciencias. El humanista Leonardo BRUNI (siglo XVI --aunque no sólo él-- disuadía a las mujeres de que estudiaran retórica por su inutilidad dada su radical «incompetencia». La frenología quiso demostrar la inferioridad de la mujer basándose en que las dimensiones del cerebro femenino son menores que las del cerebro masculino. Se determinó que ellas eran de constitución débil, pasiva y tierna; incapaz de pensar o de organizarse; ya lo dijo DARWJN (siglo XlX), que la superioridad masculina y la inferioridad de las mujeres «resulta sobradamente probada».
Herbert SPENCER (siglo XlX) desarrolló la teoría de que la actividad intelectual era incompatible con procreación y por tanto las mujeres no debían estudiar; además, su mente se degradaba a medida que engendraban hijos. Los griegos incluso pensaban que si la mujer estudiaba se le secaba la matriz... GALDÓS (siglo XIX) estaba seguro de
que «el mayor encanto de la mujer reside en su ignorancia, MOl.lERE (siglo XVlI) temió a las mujeres sabias v se burló de las «latiniparlas». Todo ello ha quedado en el subconsciente popular colectivo y como dice el refrán español, «Mujer que sabe latín no puede tener buen fin, ..... y así la situación fue deplorable para la mayoría de ellas.
En fin, dada su vulnerabilidad, falta de juicio e incapacidad se les negaba hasta la formación religiosa y mística... «por más que las mujeres reclamen este fruto (la lectura de las Sagradas Escrituras) es menester vedado v ponerlo a cuchillo de fuego».
Y ya, por negárseles todo, se les privó hasta del poder de engendrar: «El padre procrea, ella conserva el retoño», o dicho de otro modo: «No es la madre la que engendra al que llama su hijo; ella no es más que la n)driza del germen sembrado en ella. El que engendra es el hombre que la fecunda.
Se las quería «sufridas, castas, cuidadosas, benignas, piadosas, obedientes, calladas y recogidas». Y bajo la apariencia de protección y ayuda, siempre se desconfiaba de ellas, porque «conociendo por una parte la flaqueza y por otra los riesgos a los que se ponen ... Se las encerraba en la casa y en la ignorancia, en la clausura doméstica y en la monástica. En realidad, dicho de una U otra forma, se repetía sin cesar aquello de que: «las mujeres están hechas para estar encerradas ocupadas en sus casas y los varones para andar e procurar las cosas de fuera». O como lo dijo NIETZSCHE de forma más posesiva y desgarrada aún: «El (el hombre) debe considerar a la mujer como propiedad, un bien que es necesario poner bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección más que en esta situación subalterna».
Así, pues, quedaron recluidas, a la sombra y tutela de ellos, pero se pensó que esto era lo justo y necesario: «para que encerradas, guardasen la casa .... ¡y también su honestidad. Incluso Luis VIVES (siglo XVII) que además y como es sabido;e preocupó mucho de una «mesurada» formación e instrucción de las mujeres, sin embargo en algún momento le delató el subconsciente y dijo con claridad que: «Así como hay abundancia de instrucciones para la formación de los hombres, la formación de la mujer puede contentarse con pocos preceptos; porque son hombres quienes actúan en casa y fuera de casa, en los asuntos privados y en los públicos. Las normas para tan numerosas y variadas actividades requieren prolijos volúmenes.
En cambio, el único cuidado de la mujer en la honestidad: una vez que se haya hecho una buena exposición de ella, la mujer está ya suficientemente instruida. Por eso resulta tanto más vituperable el delito de quienes tratan de corromper esta única virtud de las mujeres, como si uno quisiera extinguir la poca luz que le queda a quien es ya tuerto.
Total, que se encerraron talentos, personalidades, posibilidades...; se les impidió realizar lo que se consideró «impropio a su sexo», que era casi todo; se las hizo invisibles, imperceptibles, se las alejó del bullicio de la Historia, pero apenas nadie las echaba en falta. La mayoría de los varones, en casi todos los tiempos, prefirieron, como Euripides, que no entrara en su casa «mujer que sepa más de lo que una mujer debe saber». Otros muchos consideraron que «su mayor encanto» reside en su «ignorancia». En fin, muy pocos pensaron, como AVERROES (siglo XVIII), que «de ahí --de esa ignorancia-- proviene la miseria que devora nuestras ciudades». Menos aún consideraron que: «el cambio de una época histórica puede determinarse siempre por el progreso de la mujer hacia la libertad» (Charles FOURIER, siglos XVIII-XIX). Y es que además reflexiones como éstas eran muy aisladas, poco insistentes y poco convincentes y la libertad un bien casi casi desconocido.
Continuará...
COMO LAS RAÍCES DE UN GRAN ÁRBOL
También entre las mujeres hubo muy pocas que se quejaron por todo ello. Muchas temieron, algunas se defendieron. La mayoría se resignaron e incluso, consciente o inconscientemente, interiorizaron su situación y se paralizaron pensando, como la napolitana Ceccarella (siglo XVI) que «al ingenio de la mujer no le es posible volar tan alto». Lorenzo DE GIUSTINIANI (siglo XVI) parece que estaba tan compenetrado con estos sentimientos de inferioridad y casi culpabilidad que sentían las mujeres, y se hacia tan bien cargo de ello, que contó el estupor de la Virgen María cuando, al entrar en el Cielo y ser recibida con todos los honores por el mismo Cristo, exclamó asombrada: «¡Esto excede a la dignidad del sexo femenino!». Algunas sí reaccionaron y su protesta ya viene de antiguo. ARISTOFANES recogió en Las TESMOSFORIAS una queja que circulaba por Grecia: «que las mujeres estamos tan enfadadas contra Euripides...
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