Alicia Estévez/Listín Diario -
El pasado jueves 15 de mayo, como a las seis de la tarde, llamé a una señora a quien me une un gran cariño para saludarla como acostumbro a hacer con bastante frecuencia. Estuvimos conversando de cosas triviales, de los achaques que sufrimos cuando cumplimos 70 años, como ella, y cómo había aumentado mi carga de trabajo con lo de la cobertura del proceso electoral del país a través de listindiario.com, así que, por supuesto, terminamos hablando de política.
Yo le aconsejé que no fuera a votar porque entendía que meterse en un tumulto de gente le podría causar sofocación y, como está sufriendo de hipertensión, no me parecía prudente. Pero ella me respondió que eso ni soñarlo, que en la mesa en que ella vota, donde lo ha hecho siempre en los últimos 30 años, la tratan como a una reina y que, al margen de cualquier cosa, iría a votar aunque fuera en muletas.
No argumenté mucho, porque conozco el entusiasmo que despierta en ella cada proceso electoral del que participa, incluso sentada en la galería de su casa, como si se tratara de una fiesta. Una hora después de concluida nuestra conversación, esa viejita que adoro sufrió un accidente en el patio cuando iba a echarle algo de comer a sus gallinas. Su rostro bondadoso cayó de bruces entre unas piedras. Cuando su hijo la paró de allí, ella se había transformado en un segundo.
El ojo izquierdo estaba rodeado de un enorme moretón; del labio superior manaba la sangre a chorros, fue necesario aplicarle suturas por fuera y por dentro de la boca y, además, se raspó la pierna y sufrió otros rasguños en distintas partes del cuerpo. Me enteré esa misma noche de lo ocurrido y la volví a llamar pero estaba tan mal que no podía hablar así que conversé con su hija quien me explicó lo del accidente: alguna mala pisada que acabó muy mal. Con la carga de trabajo que representó seguir el proceso electoral al día siguiente, el viernes 16, apenas pude llamar a la paciente unos minutos.
Ya hablaba, aunque con dificultad, y me explicó que había amanecido muy hinchada. Ni se me ocurrió preguntarle si iría a votar. Pero el sábado, cuando había concluido el “corredero” de las elecciones, volvimos a hablar y le dije, a modo de chiste, que se había quedado sin echar su voto. Entonces, me contó que sostenida por sus dos hijos, uno en cada brazo, llegó hasta su mesa electoral para apoyar a su candidato. “Te dije que iría hasta en muletas”, me recordó.
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