POR LILLIAM FONDEUR
Los principios no se negocian
Hay que jugársela, pero los principios no se negocian.
A propósito del 43er. aniversario de la muerte del coronel Rafael Fernández Domínguez, he releído la historia, con la hipersensibilidad que genera asaltar viejas cicatrices. Este dominicano murió por devolvernos la constitucionalidad. Murió para reestablecer el gobierno electo democráticamente del profesor Juan Bosch.
Aunque nuestra Constitución establece que el gobierno de la Nación es esencialmente democrático, y garantiza la libertad de conciencia y de culto, el Estado ha practicado la genuflexión permanente hacia la iglesia católica.
No es posible seguir atados al concordato, un convenio suscrito en 1954 entre el dictador Rafael Leonidas Trujillo y el Papa Pío XII. Cincuenta y cuatro años después, seguimos privilegiando a un mismo grupo, violando nuestra Constitución la cual afirma que todas y todos somos iguales ante la ley.
El Poder Legislativo es el responsable de aprobar o desaprobar los tratados y convenciones internacionales que suscriba el Poder Ejecutivo. No se plieguen tanto, anímense a trascender, la historia se los reconocerá. Enamórense de gestar un país más equitativo para todas y todos
Ser un estado laico no quiere decir aniquilar las creencias religiosas, pero eso sí, la libertad de creencias y de culto, están circunscritas al ámbito de lo privado, es un fenómeno social privado, no de Estado. El derecho a la libertad religiosa forma parte del conjunto de todos los derechos humanos declarados por la ONU. Sin embargo, ninguna religión tiene bajo ningún concepto la potestad de imponer sus creencias y sus normas de conducta. Ninguna religión o culto, por muy importante que algunos la supongan, puede o debe aspirar a regir la vida de la ciudadanía.
Parafraseando a la poeta Lola Rodríguez: "El Estado laico y la democracia, son de un pájaro las dos alas", son indisociables. La democracia, garantiza el respeto a todas las creencias de la ciudadanía, con tal de que no entren en contradicción con las leyes fundamentales de un país.
Todos los días en los diarios nos estrellan en la cara una violación imputable a la constitución. Los tres poderes del Estado, regalando su malograda credibilidad en una danza con la oligarquía religiosa. Vendiendo su dignidad de forma descarada.
A Caamaño Deñó, Fernández Domínguez, Manolo Tavares Justo y Juan Bosch, para citar unos cuantos, se le tienen que estar retorciendo los huesos. Es imposible considerar que su sacrifico solo ha servido para erigirle bustos y tarjas, y llevarles flores a sus tumbas. Parecería que no valió la pena tanta sangre derramada.
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