POR LILLIAM FONDEUR
Sólo consiguen dinero, a cambio, empeñan su vida
Con el permiso de don Radhames, que en ocasiones me recuerda el nombre de esta columna, hoy les escribo de mis experiencias
En mis vacaciones por Italia, mientras hacía la cola para comprar los boletos del tren para ir de Milán a Génova, vi una mujer detrás de mí que me remontó a mi tierra. Era una señora gruesa, de tez oscura. Me llamaron la atención sus manos, tenía las uñas pintadas de rojo. Con el paso del tiempo y la exposición al agua, su esmalte estaba a medio retirar, tenia las uñas descascaradas. Característica esta, muy frecuente en las dominicanas de escasos recursos económicos.
Sentada en el tren, la vi entrar, atropellando a las y los pasajeros, mientras hablaba por el teléfono móvil. Visualizaba su silueta, y presentía que mi mirada, mi energía la atraía. Esta experiencia no me la quita nadie. Seguro que es dominicana, seguro que tiene mucho que contar, pensé, y ciertamente la mujer se sentó justo a mi lado.
Habló un largo tiempo por el móvil. Esto me permitió confirmar mi premonición y subir mí autoestima. Mi sensibilidad me encanta, me siento parte del cosmos. Por su manera de hablar deduje que era oriunda del Cibao, que tenía hijos e hijas y que conversaba con una mujer. Después llamó a su pareja, a quien le dio directrices para recoger dinero y sacar unas prendas de “empeñe”. Más tarde supe que su marido es un joven de 24 años, 14 años menor que ella, a quien desde hace un año le esta haciendo los papeles por negocio, y como novela de Corín Tellado, se enamoraron.
Se presentó como Altagracia y nos adoptó como sus hermanas menores. Nos contó que, hace poco, unas dominicanas habían venido por un contacto en una embajada europea, les cobró 300 mil pesos. A mi amiga Laura le brotaron los ojos, y pegó el grito “¡Cómo es posible, se están volviendo locas, con eso pueden poner un negocio!”. Tuve que taparle la boca. Tan buena actora que es en otras tablas.
Altagracia es su nombre, pero en el trabajo le llaman Camila. Iba para un pueblo antes de Génova, sin embargo aceptó acompañarnos para no dejarnos tan desubicadas. Estaba supuesta a juntarse con unas amigas a comer habichuela con dulce. Una de ellas había recibido un salami de la isla y este era un motivo más que suficiente para juntarse. De todas formas, decidió escoltarnos. Que rico se siente ser protegida, en una tierra extraña, importarle, siendo una recién conocida, y estando lejos de casa. La solidaridad es una virtud a exaltar y fomentar.
“Tengo mucho tiempo aquí, ya llevo 10 años, estoy loca por irme, voy todos los años y llamo por teléfono todos los días”. Eso me consta, porque luego introdujo otra tarjeta al móvil para continuar hablando con su pareja. Cada tarjeta de llamada vale 10 euros, y en el transcurso de Milán a Génova gastó 20 euros. Eso sí, las llamadas le daban brillo a sus ojos, sonreía. Los momentos felicitantes en ocasiones salen caros. El mejor negocio de la época es la comunicación, fue mi conclusión.
Nos contó que el año pasado estuvo en República Dominicana, encontrando tremenda sorpresa: su hija de 16 años estaba embarazada. Se la trajo para Italia y hace poco parió. La debutante investigadora social, no se pudo desprender de la ginecóloga y madre que cohabita en ella, “¿no se te ocurrió terminar con el embarazo? Mi madre, con tan pocos años embarazada. Debes sabes que aquí, en Italia, es legal el aborto”. A lo que me respondió: “Ella se lo buscó”.
Mierda, me movió el piso, con diez años viviendo en Italia. Me cuestioné, ¿a que país le corresponde este embarazo en adolescente? Por aquello de que según las autoridades dominicanas, el incremento de la mortalidad materna se debe entre otros factores a la demanda de mujeres haitianas.
Le sugerí que aprovechara para que su hija termine su educación escolar aquí y luego entre a la universidad, que me imagino tendrá facilidades. El golpe fue mayor. “No fue a estudiar que la traje, es a trabajar, le voy a cuidar el niño mientras trabaja”. Le dije: “Pero, mujer, ¿dónde?, ponla a estudiar”. Su respuesta fue: “Mira, ya le tengo conseguido un sitio que pagan muy bien, porque solo permiten mujeres jóvenes, es un bar de hombres blancos con mucho dinero”. Sentí un puñetazo de Mike Tyson. Joder, es su hija.
Las dominicanas que emigran, por su bajo nivel de educación, acceden a los peores puestos de trabajo, pero además no logran movilidad social, ni siquiera para observar un mínimo nivel de cambio en su entorno inmediato, en su cultura, en su comportamiento. Destruyen sus familias, desestabilizan a las hijas e hijos. Solo consiguen dinero, a cambio, empeñan su vida, si no es que la pierden. ¿A quienes benefician sus remesas?
Me sentí decepcionada, empecé a recordar la cifra de inversión en educación de todos los gobiernos dominicanos, que me han tocado vivir. Ahí está la causa de que Altagracia tome decisiones como esa. Casi todo lo que no se roban los gobernantes, lo invierten en infraestructura, el maldito culto al cemento y la varilla. Me dio nausea, me dio rabia, me sentí impotente.
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