jueves, abril 19, 2007

La lectura me salvó de ser "una pandillera"

De Mujer Al Dia, España

Zoe Valdés, escritora
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Recién llegada de París, la escritora Zoé Valdés (La Habana, 1959), participa estos días en el ciclo Escritores en su tinta, en Molina del Segura (Murcia). La autora de Te di la vida entera, nacionalizada española desde 1997, es una defensora a ultranza de la lectura (y de sus poderes).

-¿Cuándo descubrió que la lectura le cambiaría la vida?

-En la niñez. Yo era una niña muy solitaria que, además, tenía asma en mi país con una humedad perenne y donde había muy pocas facilidades para curar esa enfermedad.

-¿Quién la condujo a los libros?

-Mi abuela, que era muy teatrera, una actriz de teatro de muy mala calidad. Tenía muchos libros, la mayoría de poesía. Ella siempre decía: Voy a declamar poesía al francés. Y lo que hacía era leer poesía escrita en francés. ¿No sabía ni papa de francés, pero lo leía... con un acento horrible! Era muy afrancesada y todo un personaje.

-¿Qué encontró en los libros?

-Un refugio, eran mi refugio espiritual y físico. Me sentaba en un rincón, en las losetas frías del cuarto en el que vivíamos todos, porque no había salón en mi casa, ni nada de eso: había un salón para todos, y punto. Tener la espalda pegada a la pared me aliviaba el asma, y los libros me hacían soñar. Siempre he vivido como en una especie de nebulosa onírica, porque viví siempre, desde muy niña y gracias a los libros, con un pie en la Tierra y otro en la Luna.

-¿Y no está dispuesta a bajarlo de allí?

-¿No, no! Me quedaré con un pie allí toda mi vida.

-Dice usted que la lectura le salvó de ser «una pandillera».

-Sí, porque yo vivía en una zona donde había muchas. De hecho, a mí me hubiera tocado pertenecer a la pandilla del Parque Habana. Yo me iba a la calle, como todos los niños, y recuerdo que mi abuela siempre insistía en que la acompañase a la biblioteca pública; y descubrí allí tantas historias, olían tan bien los libros...

-¿Cuál hubiese sido su futuro como pandillera?

-Pues... nos metíamos en los derrumbes y allí nos pasábamos la vida haciendo cualquier fechoría o cualquier cosa loca. Muchos se cayeron de las vigas que había en aquellos lugares y se mataron. Conocí a algunos de ellos. Qué mal.

-¿Le gustaba estudiar?

-En la escuela lo que enseñaban era todo muy elemental. Se aprobaba muy fácilmente, sólo tenías que tener muy claro que todo antes de Castro estaba muy mal, muy mal, y que después de llegar Castro todo estaba muy bien, muy bien. Así es que a mí siempre me gustó estudiar todos los mundos prohibidos.

-¿Qué encuentra en París para no irse de allí?

-Bueno, ya tengo un refugio aquí, en España, en el que estoy a partir de junio. Pero no quiero que nadie lo sepa... Para mí, París es una especie de cuartel general desde el que me puedo desplazar a todos lados. Yo llegué a París porque allí tenía algunos amigos. El señor Lara -el editor y creador de Planeta, José Manuel Lara-, que fue como un padre para mí, me dijo que en París yo le sacaría mucho más provecho a mi carrera literaria. Y así ha sido, no me puedo quejar.

-Y, ¿cómo se ve el mundo desde París?

-Desde el punto de vista humano, soy bastante optimista. Creo en el ser humano y veo cosas muy hermosas, muy poéticas y muy esperanzadoras en el mundo. Desde el punto de vista cultural, soy pesimista. Creo que la gente se ha anclado en la comodidad de Internet, una herramienta muy cómoda que se debería utilizar para acceder a la información más elemental, pero después habría que profundizar en las cosas a través de los libros. La superficialidad es muy terrible para la cultura.

-¿Y la violencia?

-El mundo siempre ha sido violento. Ahora, en muchos países los ciudadanos estamos más protegidos que nunca. Yo me fui de un país donde el tortazo te lo daban por todo. Hay muchas cosas que mejoran. Mi país, por ejemplo, cambiará muy rápidamente, estoy segura, en cuanto caiga toda esa gente que se tiene que caer ya de una vez.

-Y dejará de ser una exiliada.

-No, eso no. Me acuerdo de Ítaca, el poema de Kavafis, y sé que jamás se vuelve a la Ítaca que dejaste. Ya es como una marca de nacimiento. El exilio, cuando es obligado, conlleva un sufrimiento muy grande, y te acuerdas de tantas humillaciones, de tanto dolor.

-¿Ha cambiado usted mucho?

-No lo sé... Soy muy exigente conmigo misma, muchísimo. Tengo muchos miedos y muchas dudas. Si miro en mi interior, me encuentro con una duda enorme. A mí me estuvieron cuestionando siempre, y eso me provocó el deseo de ser mejor en todo, pero en primer lugar como ser humano. Y creo que esa exigencia tan alta ha sido positiva, porque de otra forma, a lo mejor me hubiera quedado instalada en el triunfo de Te doy la vida entera (novela finalista del premio Planeta) y no habría escrito las demás novelas. Además, he vivido de una manera muy sencilla y muy tranquila: estudiando, escribiendo y con mi familia.

-¿Usted cree, como Dulce María Loynaz, que «el amor tiene un solo precio que se paga pronto o tarde: la muerte?».

-Sí, la vida es nacimiento y muerte. El amor es el centro de la vida, y en ella está la muerte. Es así.

-Pues qué bien.

-Sí. Bienvenidas las heridas, las lágrimas y los desamores, sí, sí. Es que los hombres, sobre todo los hombres, quieren que todo sea divino, perfecto. Y no, no es así.

-¿Qué encuentra el lector en sus obras?

-No lo sé. Cuando leo alguna cosa mía, me da una vergüenza enorme; por ejemplo, pensando en cómo me he atrevido a tocar algunos temas. Cuando yo leo a otros autores, lo que busco es pasión, pasión y el gusto y la satisfacción que te da la lectura. Eso me gustaría provocar en los demás con mis novelas: pasión, gusto, satisfacción. No sé si lo consigo, pero me gustaría creer que sí.

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