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En el Observatorio de la Mujer aseguran que la violencia desfigura el rostro. Dicen que las víctimas presentan una inequívoca expresión de miedo y desesperación. El acompañamiento que la institución brinda puede ser en cierta medida considerado una batalla contra esa tristeza epidérmica. La recuperación queda reflejada en el color y la serenidad de las facciones. A veces -describen en el Observatorio- es tan profundo el cambio de aspecto que cuesta reconocer a la mujer desolada que algunos meses atrás llegó implorando ayuda.
"Hay que vivir este infierno para entender cuánto se sufre", murmura con voz cansada F., de 58 años. Al igual que G., esta víctima de la violencia accede a contar su historia a LA GACETA con la condición de mantener en reserva su verdadera identidad. Con 32 inviernos de maltrato a cuestas, F. es un ejemplo de lucha en el Observatorio. Su rostro, desde luego, tiene las arrugas y pliegues comunes en una mujer de su edad. Pero tres años de tratamiento psicológico y ocho denuncias penales en contra de su ex pareja no bastan para borrar el pasado de lesiones que comenzó durante el noviazgo. "El me pellizcaba y después me pedía perdón", confiesa F. con amargura.
G. tiene unos ojos claros pequeños que se hunden mientras habla. Sentada en el borde de un banco del Centro de Salud (donde funciona el Observatorio) explica: "no pude compartir antes mi problema porque perdí mis amistades; mi primer marido no me dejaba salir". La violencia -añade- dejó secuelas psicológicas en su hija: "mi hijo, en cambio, tiene una mentalidad machista; cree que es mi obligación estar con su padre".
Atenta, F. interviene para considerar que esa perspectiva responde al ideal de esposa sumisa y obediente. "¡Llegué a creer que era yo la que provocaba el comportamiento violento!", exclama. G. asiente y agrega que a menudo las mujeres se convencen de su culpa. "Pero no había manera de complacerlo: me maltrataba por cómo me vestía, por cómo cocinaba... para él estaba siempre fea", reconoce F. que aún tiene cicatrices de las palizas que le propinaba su esposo.
Llegó a sentirse absolutamente inútil. Devastada, el 8 de marzo de 2006, F. leyó en este diario que en el Departamento de Violencia, Mujer y Derechos Humanos de la Municipalidad de la capital auxiliaban a las víctimas de maltrato. "Allí comencé un tratamiento que me fortaleció y pude poner distancia definitiva", informa con una ligera mueca de satisfacción.
Algunas mujeres lograron sostener los arduos planes de trabajo hasta el punto de iniciar un microemprendimiento que les permita costear gastos y reconstruir la vapuleada autoestima. Con la supervisión de la psicóloga Claudia Hurtado, una quincena de ellas -de todas las edades- prepara las actividades del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (este miércoles). Divididas en dos grupos -que incluyen a F. y G.- proponen consignas para sensibilizar a la comunidad sobre la problemática que ellas padecieron en cuerpo y alma, y que están en trámite de superar.
A pocos metros del Observatorio y ajeno al ruido de la reunión, un hombre duerme. De la rueda improvisada con bancos surge una voz firme. Con entonación impecable, una mujer lee el "Poema 15" del chileno Pablo Neruda, que comienza con el verso "Me gusta cuando callas porque estás como ausente".
La lectora arguye que eligió esa composición porque aborda el silencio de una manera bella. Sus compañeras la aplauden. Nadie diría que esas miradas emocionadas y cómplices pasaron largas temporadas en cautiverio.
